Pablo Vidal: “la consecuencia más grave del cambio climático para el medio rural solo tiene un nombre: despoblación”

El antropólogo Pablo Vidal se dedica a estudiar el medio rural y las formas de vida de sus habitantes. Es profesor en la Universidad Católica de Valencia, investigador de su Instituto Universitario de Antropología y tiene interesantes publicaciones el pastoreo y la trashumancia, sobre la saca del corcho o sobre la vida en la montaña, entre otros temas. Pero también ha fijado su atención en cómo se percibe el cambio climático en los espacios rurales y cómo afecta el calentamiento global al patrimonio inmaterial, la etnografía y la cultura rural. Hablamos con él de su investigación y del futuro de la gente que vive (que vivimos) pegada a la tierra.

Hablemos primero de su investigación: ¿en qué consistió?

Mi investigación se centró en entrevistar a personas mayores cuyos oficios estaban directamente relacionados con la naturaleza: apicultores, agricultores, ganaderos… porque quería conocer su percepción sobre el cambio climático. Claro que, para evitar sesgos, nunca nombré el clima, sino el tiempo, aunque no sean conceptos iguales. Pues bien, de las 50 personas entrevistadas creo que nadie me dejó terminar la primera pregunta: todos observaban cambios muy radicales en lluvia, hielo, nieve, calor y, por supuesto, en el impacto que estos cambios tienen en los animales, las plagas y la vegetación.

¿Siempre entrevistó a personas mayores?

Sí, mi investigación se centró en personas mayores que vivían en el ámbito rural y tenían su medio de vida directamente en el campo, porque es la gente que mejor entiende y la que vive directamente las consecuencias del cambio climático. Esta es la gente que lo percibe de un modo más claro por su oficio pero, debido a su edad, son personas que pueden comparar el clima de hace cuarenta o cincuenta años y lo que estamos viviendo en la actualidad.

¿Tanto se notan las transformaciones provocadas por el cambio climático?

Sí, de manera radical. La matanza del cerdo ya no se hace en San Martín porque en esa fecha aún hay moscas, de modo que hay que retrasarla. Los refranes ya no valen porque lo de “hasta el cuarenta de mayo no te quites es sayo” es historia si el 15 vas en bañador. Como tampoco tiene sentido el de “en agosto, frío en rostro”. Y no hablamos solo de dichos o costumbres: hablamos de que la naturaleza ya no se comporta como se esperaba de ella: la ausencia de frío implica plagas de garrapatas y otros insectos o implica también que la vid no pueda beneficiarse del efecto de las nevadas; si los almendros florecen en diciembre en vez de hacerlo en febrero, seguro que sufren con las heladas tardía y si el romero comienza a florecer en otoño y pasa todo el invierno con flor, cuando llega marzo su floración es muy leve y las abejas no encuentran alimento.

¿Qué consecuencias tienen estas alteraciones para la vida rural?

Todo indica que estamos perdiendo la primavera y el otoño. Y los estudios científicos indican que vamos hacia inviernos más tardíos y más cortos que se alternarán con veranos más largos y períodos de calor más intenso. Justo lo que estamos viviendo este año. Ya no tendremos esa lluvia invernal fina y con calma, sino tormentas muy fuertes y muy agresivas. E igual sucederá con el calor. Todo será más extremo.

Las consecuencias son muchas y las estamos viendo ya: los trashumantes están cambiando las fechas de sus traslados, las explotaciones agrarias intentan adecuar su ciclo a la nueva realidad. Pero lo más importante, la consecuencia más grave de todas solo tiene un nombre: despoblación.

Si los ganaderos necesitan traer agua y comprar piensos para su ganado, esa explotación dejará de ser rentable. Y lo mismo va a suceder en agricultura. El cambio climático es un asunto económico, pero su impacto directo se traduce, sobre todo, en el abandono del medio rural.

Y si perdemos el medio rural perderemos todo su patrimonio, ¿no es eso?

El cambio climático acelera un fenómeno de carácter global que es el traslado del campo a las ciudades. Es algo que está sucediendo en todo el mundo y que nos deja como consecuencia ciudades cada vez más deshumanizadas y un medio rural despoblado. En estas circunstancias, lógicamente, las tradiciones se van a perder. Y aquellas que se conserven irán modificándose para adaptarse a una nueva situación que, por ejemplo, nos exigirá vivir con aire acondicionado todo el verano dentro de unos pocos años.

En la lucha contra el cambio climático ¿hay diferencias entre el campo y la ciudad?

La lucha contra el calentamiento del planeta tiene un frente más claro en las ciudades porque es en ellas donde se concentra la mayor parte de los consumos y donde se produce el conocimiento, pero donde está afectando más y donde se perciben más claramente las consecuencias es en el medio rural. Solo hay que ir a pueblos del interior en enero y febrero para verlos vacíos y comprobar hasta dónde llega el despoblamiento.

Ha habido otros impactos en el mundo agrario: la mecanización a mediados del siglo XX y ahora la digitalización ¿el cambio climático es más grave?

Aquellos cambios otros eran culturales pero ahora hablamos de cambios sistémicos. Cambios que, además, van a ser más profundos y más acelerados.

Y a la escala micro a la que nosotros podemos actuar, ¿qué podemos hacer?

Lo que podemos hacer es replantearnos las cosas: consumir de otro modo. Pensarlo dos veces antes de encender una luz o de hacer un viaje a un destino lejano y dejar de gastar por gastar. Ahora mismo estamos preocupados porque necesitamos fotovoltaicas para seguir manteniendo nuestro consumo; y eso tenemos que cambiarlo. Debemos reflexionar porque este camino solo nos conduce a una carrera absurda.

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