Mónica Luengo Añón: “Trabajar una candidatura para la Unesco es más importante incluso que conseguir la declaración”

Charlamos con la vicepresidenta de ICOMOS España sobre paisaje y cultura, sobre las declaraciones de Unesco y sobre conservación. “El patrimonio agrario -nos dice- está muy poco valorado y es importante que se reivindique”. Mónica Luengo Añón es Coordinadora de la Comisión de Patrimonio Mundial de ICOMOS España.

La historiadora del arte y paisajista Mónica Luengo tiene una presencia destacada en algunas de las instituciones culturales más importantes del mundo. Es la vicepresidenta en España de ICOMOS, el organismo que evalúa las candidaturas a la Lista de Patrimonio Mundial y, en la misma institución, es la persona que coordina la Comisión de Patrimonio Mundial. También es Miembro de Honor del Comité Científico Internacional de Paisajes Culturales ICOMOS-IFLA y miembro del consejo de Europa Nostra, la federación paneuropea para el patrimonio europeo. Preside o está en el consejo rector de otras instituciones y, como trabaja como consultora sobre Patrimonio Mundial, con grupos humanos y administraciones de todos los niveles.  

Su alta especialización la ha llevado a grandes despachos, pero ella sigue sintiéndose atraída por la tierra y sigue haciendo proyectos de paisajismo. Es cercana y didáctica. Y su entusiasmo se desborda a la hora de hablar de jardines y de historia, del paisaje como expresión cultural y del patrimonio agrario. Esta fue nuestra conversación con ella. 

Pregunta: Dicen que el paisaje existe en la medida en que un ser humano lo contempla, ¿es cierto? 

Respuesta: El Convenio Europeo del Paisaje, suscrito por España para preservar todo tipo de paisajes, lo define como cualquier parte del territorio tal como la percibe la población. A mí, por más que esa sea la definición técnica, no termina de gustarme esa forma de ver el paisaje porque sitúa a las personas fuera del mismo. Prefiero la definición del geógrafo francés Jean Marc Besse, que considera al ser humano dentro del entorno y parte de él. Es una tradición que ha entrado hace poco en el pensamiento occidental pero que está muy arraigada en la cultura indígena de muchos pueblos y, desde luego, en el mundo oriental. Yo prefiero esa forma de entender el paisaje en la que la persona contribuye a formarlo y no es solo quien lo percibe. 

P: Como experta en paisaje y patrimonio, ¿hay ahora una mayor preocupación por el territorio y el paisaje que en otros momentos?  

R: Volver la mirada hacia la tierra es algo natural en momentos de desconcierto social como el que vivimos ahora. Porque cuando la realidad cambia y el descontento crece, la población se refugia en lo que considera más suyo, en su paisaje; es algo que estamos viviendo ahora: en unos casos con mirada ecologista y en otros con mirada conservadora, pero siempre con una clara necesidad de buscar lo que es propio, la tierra, las raíces. Luego está lo que ha sucedido en el ámbito cultural. Durante años, cuando en los foros internacionales como Unesco se hablaba de patrimonio cultural, los expertos se estaban refiriendo exclusivamente a monumentos materiales, a piedras. Hasta que hubo países que plantearon que, además de catedrales o centros urbanos históricos, había bosques sagrados, arrozales y otros elementos naturales que se combinan con la acción humana que también son excepcionales, singulares y que merecen ser conservados y señalados como patrimonio universal. Por eso, a partir de 1992, Unesco comenzó a hablar de paisajes culturales. A pesar de ello, el concepto de “paisaje cultural” sigue siendo difícil de manejar, porque combina cultura y naturaleza. 

P: ¿Es más fácil ver el aspecto cultural en un jardín que en un territorio de cultivo? 

R: En primera instancia, sí. Es más sencillo contemplar como patrimonio cultural unos jardines históricos que un campo que está en cultivo. Pero cuando se analiza la cuestión, ¿cómo no vamos a señalar determinados paisajes agrarios como parte de la riqueza histórica cultural creada por el ser humano? Detrás de ellos hay mucho más que un aprovechamiento del terreno para la alimentación: hay arquitectura, hay sistemas hidráulicos, hay valores inmateriales, hay lenguaje, calendario, infraestructuras, manifestaciones folclóricas. El patrimonio agrario está muy poco valorado y es importante que se reivindique y que se contemple como un conjunto, porque hay muchos elementos culturales que permanecen vivos mientras ese paisaje se mantiene. 

P: Parece difícil que una comunidad agraria aprecie el valor de su paisaje si este no se señala desde fuera, ¿siempre es así? 

R: Por desgracia, los seres humanos nos comportamos en muchas ocasiones de ese modo: solo apreciamos lo que tenemos cuando lo perdemos (o su pérdida es inminente) o cuando viene alguien de fuera a señalar su valor. De todos modos, hay que considerar que hasta hace muy poco el patrimonio tenía un sentido muy restringido. Antes una antigua fábrica era un lugar viejo que había que demoler y desde hace muy poco estamos considerando la necesidad de conservar una maquinaria o una arquitectura del siglo XIX. Con el paisaje pasa algo parecido, que hasta los años 50 del siglo pasado, era algo que solo se contemplaba desde el aspecto natural, no como un desarrollo cultural. En todo caso, da igual quién señale el valor de un sitio o un paisaje si, a partir de ese momento, la comunidad reconoce que esos elementos son su patrimonio y trabaja para conservarlo. 

P: Usted ha liderado para la candidatura de El Prado como paisaje cultural y ha visto cómo trabajan muchas candidaturas para ser reconocidas por la UNESCO, ¿qué significan estas experiencias para las personas e instituciones involucradas?  

R: En Madrid o en cualquiera de las grandes ciudades que se proponen para este tipo de reconocimientos, el impacto es limitado en términos sociales. Pero cuando esto sucede en comunidades más pequeñas, la transformación es enorme. El proceso, que suele ser muy parecido, se inicia cuando un grupo lanza la idea un poco loca conseguir que un bien local, sea el que sea, se convierta en patrimonio de la humanidad. Ese objetivo inicial logra unir a parte de la comunidad; pero se trata de un proceso largo que requiere un gran esfuerzo: hay que estudiar el bien, hay que valorarlo, hay que planificar cómo se va a dar a conocer y cómo se va a proteger en un futuro, hay que involucrar al resto de la población para que apoye esa propuesta y se comprometa en su conservación… Hay que hacer tantas cosas, hay que recorrer un camino tan largo, que finalmente da igual si el reconocimiento de Unesco se consigue o no, porque lo importante ha sido ese recorrido porque en él, toda una comunidad ha reconocido como algo propio ese bien, lo ha valorado y lo considera ya como un patrimonio que lo protegerá con el mandato internacional o sin él. 

P: ¿Hay un antes y un después en las comunidades que consiguen una declaración de patrimonio de la humanidad? 

R: En general, sí. Hay muchos sitios patrimonio que se colocan en el mapa y que cambian radicalmente gracias a este reconocimiento y son la mayoría, aunque también ha habido sitios que han muerto de éxito. Hay que tener en cuenta que una declaración puede llegar a convertirse en un arma de doble filo si sobrepasa a la comunidad que protege ese bien. Y una declaración se hace para que aporte bienestar a un grupo humano, para que le permita diversificar sus ingresos, para que la cohesione y, en definitiva, para que tenga más oportunidades de mantener con vida aquello que se protege. Por eso hay que pensar muy bien si esa declaración va a ser un beneficio real para el territorio y para las personas. Porque, siempre insisto en ello, el recorrido, el trabajo que se realiza para preparar una candidatura, lo que una comunidad consigue en el proceso es más importante incluso que conseguir la declaración. 

Contact Us

We're not around right now. But you can send us an email and we'll get back to you, asap.

Not readable? Change text. captcha txt