En medio de nuestra Tierra Bobal, dos pequeñas lagunas estacionales esconden una biodiversidad única que estuvo al borde de la desaparición. Tras años de alteraciones, unos Lavajos restaurados han vuelto a ser descanso de aves y refugio de especies anfibias muy singulares.
En la localidad de Sinarcas se encuentran dos pequeñas lagunas estacionales poco conocidas que, sin embargo, encierran un enorme valor ecológico: Los Lavajos de Sinarcas. Por su apariencia discreta, el lugar puede pasar inadvertido para el ojo no entrenado y, sin embargo, estos humedales representan un maravilloso refugio de biodiversidad. Albergan curiosas especies y constituyen un espacio vital para la cría y el refugio de aves.
Un frágil y valioso ecosistema
Estas dos pequeñas lagunas, que se conocen tradicionalmente como el Lavajo del Jaral y el Lavajo del Tío Bernardo, son humedales que se inundan y secan de manera intermitente, dependiendo del régimen pluviométrico de la temporada. De hecho, después de las últimas lluvias, la lámina de agua es importante y permanece en buen estado puesto que su emplazamiento queda lejos de los cauces que se desbocaron durante la dana del pasado octubre. Su estacionalidad es lo que las convierte en un valioso ecosistema integrado por ello en la Red Natura 2000. También han sido declaradas Zona de Especial Conservación.
Los ciclos de inundación y sequía, lejos de significar un peligro para estas lagunillas, son la clave de su singularidad. Esta circunstancia es lo que permite la proliferación de especies vegetales poco habituales como la Marsilea strigosa, conocida como trébol de cuatro hojas (aunque en realidad no es un trébol) y el junquillo o Eleocharis multicaulis. Entre los anfibios que aman el lugar están el sapo de espuelas (Pelobates cultripes), el gallipato (Pleurodeles waltl) y la culebra viperina o de agua (Natrix maura). Además, el lugar suele ser utilizado por diversas aves en su época de cría.
Intervenciones humanas que pusieron los Lavajos en peligro
A pesar de su importancia ecológica, los Lavajos estuvieron en serio peligro de desaparecer por diferentes intervenciones humanas.
Por un lado, la carretera N-330 pasa muy cerca de la laguna del Jaral. Esta proximidad no suponía problema alguno para la laguna en principio, pero la sal utilizada cada invierno para combatir el hielo acababa de una u otra forma en ella, circunstancia que aumentó la salinidad de sus aguas afectando gravemente a su ecosistema.
En la otra lagunilla, el Lavajo del Tío Bernardo, sí que hubo una intervención directa, pues se excavó su fondo en la década de 1970. De ese modo la charca temporal se convirtió en una balsa permanente. Y perder esos cambios estacionales es una alteración muy grave para especies que citamos arriba.
Recuperación de estos espacios
Fue necesario realizar un plan de restauración para devolver a estos humedales su estado original. La Generalitat Valenciana, con financiación del Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER), se ocupó de estas tareas. Se devolvió su perfil original, que es muy llano, al Lavajo del Tío Bernardo, rescatando además la fauna y ocupándose también de conservar las capas de sedimento que estaban cargadas de semillas y huevos de las especies que siempre ocuparon este espacio. Por su parte, entre la carretera nacional y el Lavajo del Jaral, se colocó una pantalla para que esa sal que nos protege en los viajes no altere el equilibrio de la laguna.
Hoy, estas lagunas estacionales situadas entre paisajes de viñedos y pinares invitan a ser visitadas por cualquiera con ánimo senderista y que tenga afición a observar aves, plantas y reptiles. ¿Te animas?