¿Hemos perdido los inviernos de Territorio Bobal?

Los grandes fríos y las nevadas históricas dejaron en siglos pasados un rastro de enfermedades y hambre en nuestro territorio, aunque también hicieron posible el comercio del hielo y la nieve. Después, cuando convertimos nuestro paisaje en un mar de viñas, el invierno fue un aliado insustituible. Ahora, el cambio climático nos enfrenta a una nueva realidad: ¿podremos afrontar el futuro con esta transformación?

Después de años de discusiones que ahora sabemos interesadas, ya nadie niega que el cambio climático es una realidad. El patrón atmosférico previsto por la gente de ciencia que tantas veces fue tachada de alarmista parece cumplirse: veranos largos, inviernos más tardíos y cortos, sequías y temperaturas extremas. Sí, al verano tórrido sufrido en 2022 ha seguido un otoño cálido. Y el invierno real, con heladas, frío y nieve, se ha resistido a instalarse entre nosotros hasta bien entrado el mes de enero.

Los agricultores miran al cielo y a los dispositivos digitales donde estudian las previsiones meteorológicas. La comarca necesita frío y nieve para que se curen las vides, para que el monte pueda desprenderse de las plagas y para que el terreno recupere esa humedad que pronto va a necesitar el cereal. Necesitamos que eso que llamamos “buen tiempo” nos abandone a su debido tiempo y que los ciclos de la naturaleza sigan moviéndose en círculos. Que el frío y la nieve tan característicos de nuestro territorio sigan visitándonos.

Nieve en Venta del Moro. 2021

Una Pequeña Edad de Hielo en toda Europa

Toda la población del Territorio Bobal recuerda alguna gran nevada. O varias, según la edad de la persona. Pero ¿sabías que hubo algunas nevadas históricas que marcaron la vida cotidiana de nuestra tierra? Ignacio Latorre, archivero-bibliotecario de Requena, historiador y divulgador de larga trayectoria, ha rastreado la documentación escrita para ofrecernos detalles de algunos años durísimos vividos por nuestros antepasados.

Los episodios invernales históricos más impresionantes están enmarcados en eso que la ciencia llama la Pequeña Edad de Hielo, un periodo anormalmente frío que sufrió Europa entre los siglos XVI y XIX (aunque hay estudios que proponen un inicio anterior). No se trataría de una glaciación ni de un fenómeno planetario, sino de un suceso circunscrito al hemisferio norte con un descenso generalizado de temperaturas. Como consecuencia de ello, la agricultura del viejo continente tuvo que adaptarse a cultivos más cortos y la viña dejó de resultar viable en las zonas más septentrionales del continente. Al fruto le costaba madurar. Incluso aquí.

Nevada en Los Pedrones. 9 de marzo de 1971

Vendimiar a finales de octubre

A la vista de estos datos, resulta más fácil explicar cómo se han ido moviendo las fechas de la vendimia en el Territorio Bobal a lo largo del tiempo.

Porque, por curioso que parezca, tenemos datos exactos del inicio de la vendimia durante siglos. Sí; el valioso archivo Municipal de Requena nos ofrece detalles concretos porque el Concejo, que fue la autoridad administrativa durante siglos, era el encargado de indicar en qué fechas se iniciaba la vendimia. ¿La razón? tenían especial interés en que la uva madurara completamente para asegurar la mejor calidad de unos caldos que tenían que durar sin avinagrarse hasta la siguiente cosecha.

Teniendo en cuenta lo dura que fue la climatología en esa época, nos extraña saber que en aquellos siglos se comenzara a recoger la uva bien avanzado el otoño: el día 23 de octubre en 1527, el 16 del mismo mes el año 1689 y en 1854 se dio la orden de vendimiar el 24 de octubre.

Hoy, en pleno calentamiento global, adelantamos las vendimias a fechas impensables hace tan solo un par de décadas. Nuestros antepasados, en cambio, las tuvieron que retrasar, intentando adaptarse a un clima que, muchos años, supuso para ellos escasez y hambruna.

Gripe y hambre en el Territorio Bobal

El frío y las nieves hicieron que el año de 1695, época en la que el último de los Austrias aún reinaba en España, esté señalado en los papeles antiguos como un año especialmente duro. Hubo muchos hielos y, con ellos, pobreza y hambre en la comarca. Problemas como este tenían un carácter cíclico y posiblemente solo conocemos los más graves porque en esos casos quedó registro escrito. Uno de ellos, como ha rastreado el historiador Latorre, sucedió en el invierno de 1728 a 1729. En aquella ocasión, en la noche de Santa Sabina (27 de octubre), hubo un terrible temporal de lluvia y piedra que arrasó caminos y puentes, molinos, acequias y casas. Y no quedaron aquí las desgracias porque poco después, a partir del 20 de diciembre, hubo quince días seguidos de nieves y hielos continuados. Fue tan grave la situación que las autoridades optaron por cortar ramas de carrascas y pinos, algo impensable en cualquier otro momento, para poder alimentar al ganado. Y no solo sufrieron los animales, pues el vecindario se vio atrapado entre fiebres tercianas y gripe.

Otra nevada histórica sucedió el 24 de enero de 1779 y se tiene noticia de ella porque provocó el hundimiento de la Torre del Salvador de Requena. Y aún se tiene memoria de otros grandes temporales vividos en la primera mitad del siglo XIX que dejaron un rastro importante de hambrunas y enfermedades para las que, precisamente, la medicina tradicional recetaba paños de nieve. Durante esos inviernos no parecía difícil conseguir un poco de hielo para hacer descender la temperatura de las personas enfermas pero ¿y durante el resto del año?

Jugando con la nieve en Requena. 1956

Nieve y hielo: frío para todo el año

El frío se ha utilizado en medicina como anestésico, para detener hemorragias y para el tratamiento de la fiebre ya desde época romana; y dice la historia de la medicina que su uso volvió a extenderse a partir del Renacimiento. Eso suponía crear una infraestructura que permitiera recolectar el hielo y conservarlo cuidadosamente para su uso el resto del año.

Volvemos otra vez a los trabajos de Ignacio Latorre que nos ofrece datos concretos que hablan de la construcción de un pozo de nieve en la Sierra del Tejo a comienzos del siglo XVI (en 1505, concretamente). No sabemos cuánto tiempo estuvo activo ese pozo, pero tanto en esa sierra como en otras próximas se explotaron neveros durante siglos.

Los pozos de nieve se excavaban en el suelo. Se les solían poner muros de contención y techo para proteger el producto. Se llenaban de nieve cuando el invierno estaba finalizando y esta se compactaba para convertirla en hielo. Después se cubría con paja a modo de aislante y así se podía conservar, cortando el hielo poco a poco durante los meses cálidos a medida que el mercado lo demandaba.

Paisaje de Campo Arcís. Foto: Juan Piqueras

La humanidad ante un reto global

A finales del siglo XIX la tecnología hizo que no fuera ya necesario conservar la nieve y el hielo del invierno. Además, la Pequeña Edad de Hielo había terminado por fortuna para nuestros antepasados y el devenir de la historia estaba transformando el paisaje de la comarca que se convirtió en un mar de viñas. Así, durante generaciones, los fríos invernales, las heladas y la nieve llegaron puntuales a su cita y nuestros abuelos viticultores supieron aprovechar su presencia.

Ahora estamos ante un nuevo desafío y no podemos esperar que, simplemente, las modificaciones climatológicas que estamos viviendo en el siglo XXI pasen, como sucedió con la Pequeña Edad de Hielo. Porque ahora estamos ante un fenómeno global y porque sabemos que lo hemos desencadenado los seres humanos con nuestra actividad.

Por fortuna, sabemos que podemos revertirlo… aunque tenemos poco tiempo para ello. ¿Nos comprometeremos en considerar la importancia de cada pequeña decisión personal?, ¿nos sumaremos todos para volver a tener inviernos de verdad? Sería lo deseable. No tenemos un plan B para nuestro planeta.

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