Fotos de paisajes de Juan Piqueras
El profesor Juan Piqueras (Campo Arcís, Requena, 1946) no necesita presentación en la comarca que lo vio nacer y que lo contempla recorriendo sus caminos, sus pueblos y sus campos armado con su cámara de fotos.
Pero bien vale recordar que este catedrático honorario de Geografía en la Universitat de València es una de las voces más autorizadas para hablar de la historia y la geografía de nuestro territorio vitivinícola, pues desde los años setenta ha investigado la comarca con una mirada que combina el análisis geográfico, la economía agraria y la memoria social.
Su tesis, presentada en 1980, y los numerosos libros y artículos que ha publicado desde entonces son una referencia esencial para entender el paisaje, el cooperativismo y la evolución demográfica de la comarca. Pero no es solo autor de trabajos académicos. Es también un divulgador incansable que ha acercado a la ciudadanía mapas, datos e historias que explican quiénes somos.
Hijo Predilecto de Requena, su obra trenza territorio y sociedad con su propia biografía. Es la experiencia de un hijo de la Bobal convertido en cartógrafo de su identidad colectiva.
— Pregunta: Lleva más de medio siglo dedicado al estudio del territorio. ¿Cómo empezó su relación con la comarca?
— Respuesta: Empecé en 1975 con una tesina dedicada al paisaje rural de Requena. Luego trabajé sobre el paisaje urbano del pueblo y más tarde, ya en el año 80, presenté mi tesis sobre la geografía de la vid y el vino que abarcaba todo el País Valenciano. Pero lo cierto es que he dedicado mucha investigación y muchos artículos a la comarca. Desde el 75 hasta hoy son ya 50 años de trabajo en los que he acumulado mucho material sobre espacios, fincas y bodegas con historia.
— P: ¿Cómo deberíamos mirar este territorio para entenderlo de verdad?
— R: Cuando vamos al campo, cuando me acompañan personas que no conocen la zona, siempre les pregunto qué ven. Y suelen decir que ven un paisaje bonito. Luego, según la época del año, se encuentran con un campo de amapolas, unas carrascas, pinos, vides… Pero lo que en realidad están viendo es, además de un paisaje, el resultado de un proceso histórico. En origen fue natural, luego el hombre lo fue transformando. Por eso hablamos de un paisaje cultural.
Si vemos campos de cereal, son vestigios de un tiempo en que los cereales eran dominantes en nuestra economía. Las carrascas entre las viñas o los grandes grupos de carrascas nos hablan de las antiguas dehesas que cubrían toda la comarca. En Requena, por ejemplo, había nueve grandes dehesas; hoy no queda ninguna, pero sí que nos quedan esos ejemplares que las recuerdan o un topónimo como “Ardal”, muy presente aquí.
También los pinos son herencia de ese pasado. Algunos gigantescos se conservan porque daban sombra o porque eran “pinos donceles” que estuvieron protegidos durante siglos. Todo eso explica nuestro paisaje.
— P: Y luego están las viñas
— R: El paisaje de la viña es relativamente reciente. Aunque hay documentación medieval sobre pagos de viñas, la gran expansión se produce a partir de mediados del siglo XIX, cuando la comarca pasó de unas 2.000 hectáreas a más de 25.000 en 1920 y a 50.000 en los años setenta.
Esa transformación implicó roturar las antiguas dehesas y arrancar la costra caliza del terreno para poder cultivar ahí. Con esa piedra, además, se hicieron bancales para nivelar el terreno y hormas de piedra para protegerlo. Todo eso forma parte del paisaje cultural.
Además, el territorio está lleno de casas de campo —más de 500—, resultado de un proceso de colonización cerealista en los siglos XVII y XVIII y vitícola a partir de 1850. Muchas de esas casas tenían o tienen bodega.
— P: Hablamos, pues, de un paisaje singular
— R: En efecto. El paisaje de la comarca de Requena-Utiel es singular dentro del contexto español: desde el aire se distingue claramente la mancha clara de cultivo rodeada por zonas más oscuras de monte: es la meseta de Requena.
— P: ¿Cómo ha cambiado ese paisaje desde los años setenta en que inició sus investigaciones?
— R: Durante los años setenta llegamos a tener más de 50.000 hectáreas de viña que ha ido retrocediendo lentamente. Ahora quedan unas 34.000. En la parte norte —Utiel, Camporrobles, Fuenterrobles, Las Cuevas— la viña está siendo sustituida en gran parte por el almendro.
El cambio se debe a la falta de relevo generacional y, sobre todo, a razones económicas: el precio de la uva está prácticamente estancado desde hace medio siglo. En los años 40, con una arroba de vino se pagaba un jornal; en 1975 hacían falta 16 arrobas y hoy serían necesarias más de 20. Eso hace que muchos opten por cultivos más cómodos, como el almendro, que requiere poca mano de obra.
Sin embargo, se puede vivir de la viticultura: hay gente que lo hace. Y lo hace muy bien.

Paisaje de primavera desde el Cerro En Comas
— P: ¿Hasta qué punto la mecanización también ha modificado este paisaje?
— R: En ese sentido, el cambio más notable estas últimas décadas ha sido el de la sustitución de las viñas podadas en vaso, el llamado marco real, por por la espaldera. Tiene un impacto visual tremendo. Este tipo de plantación exige cables que guíen la planta. Y repercute en otros muchos aspectos. Porque, si se utiliza riego por goteo, y ya hay más de 15.000 hectáreas en la comarca que están en riego por goteo, al pie de la cepa crece gran cantidad de hierba que no se quita con azada, que sería mucho trabajo, sino con herbicida. Y de ese modo se dificulta la viticultura ecológica.
Hace 50 años toda la comarca practicaba una viticultura ecológica adelantada a su tiempo: se usaba tan solo sulfato de cobre, azufre y estiércol animal. Hoy, además de los herbicidas, tenemos abonos químicos o industriales. Por fortuna, algunas bodegas apostaron por la producción ecológica ya en los noventa y ahora tenemos en la comarca movimientos como el de los “Viñerons” que la están recuperando. Y es importante para la comercialización porque el vino ecológico se valora mucho más, especialmente en el extranjero: Alemania, Inglaterra o Estados Unidos compran la mayor parte de esas botellas producidas con una agricultura tradicional.
— P: ¿Tenemos entonces una lucha entre cantidad y calidad?
— R: Hoy conviven en la comarca dos modelos de producción: por un lado, está el viticultor que busca producir más kilos, simplemente. Y por otro está el que cuida la calidad del fruto porque, además de la viña, tiene una bodega y busca la máxima expresión en su producto. Ese viticultor sabe que, para obtener vinos de crianza, necesita cepas que produzcan menos y con más grado, alrededor de 13. Al otro le resulta más rentable la cantidad, incluso a costa del grado. Es cierto que las cooperativas suelen penalizar el bajo grado, pero si la calidad no se paga mejor, ese viticultor no la buscará.
— P: Estas décadas también han sido las de revalorizar la bobal ¿cuánto ha cambiado la geografía local en este sentido?
— R: La recuperación de la bobal comenzó en los años ochenta con personajes como Martínez Bremel o Carlos Cárcel, que demostraron que podían hacerse vinos de gran calidad partiendo de la bobal. Su trabajo abrió camino a una nueva generación: jóvenes como Ricardo del Valle en Los Cojos, Noemí en Fuenterrobles, Pigar en Campo Arcís y las bodegas pequeñas de La Portera y Los Pedrones que han ido apostando por la tradición para ofrecer la máxima calidad.
En paralelo, grandes casas como Iranzo, Vera de Estenas o Nodus también han seguido esa línea. Hoy hay una media docena de grandes firmas —Murviedro, Gandía Pla, Cherubino Valsangiacomo, entre otras— que producen millones de botellas a partir de la bobal, desde vinos de mesa hasta etiquetas de alta gama que alcanzan precios muy altos en el extranjero.
— P: Miremos hacia el futuro, ¿cómo afecta el cambio climático a la geografía de la comarca?, ¿qué nos depara?
— R: El cambio climático ya se nota. Hay temporales de viento de los que no se suele hablar mucho, pero que son capaces de arrancar pinos centenarios. Tenemos también lluvias cada vez más irregulares, menos precipitación media y temperaturas más altas. Eso significa que las vides brotan antes y la vendimia se adelanta casi un mes.
Eso aumenta el riesgo de heladas y reduce el rendimiento, como ocurrió este año con la bobal. En cambio, variedades más tempranas como la macabeo o la chardonnay sufren menos.
Para enfrentar estos fenómenos, una solución es subir los viñedos a tierras más altas, hacia Camporrobles o Sinarcas, entre 900 y 1.000 metros. Otra, el riego por goteo subterráneo.
— P: ¿Defiende el riego del viñedo?
— R: Durante años muchos asumimos que regar la viña perjudicaba la calidad del producto, pero con el cambio climático se ha vuelto necesario si queremos asegurar la supervivencia de las plantas. Pero hablo de riego por goteo subterráneo, que es costoso de instalar, pero ahorra mucha agua y garantiza la calidad del viñedo.
En Campo Arcís, por ejemplo, han reconvertido 800 hectáreas del riego a manta al riego subterráneo, reduciendo a la mitad el consumo y mejorando las cosechas. Con el cambio climático y sin riego de apoyo, la viticultura sería ruinosa: la sequía de 2022–23 mató cientos de hectáreas de viña.
— P: Después de tantas décadas de trabajo, ¿qué queda por investigar en el paisaje de Tierra Bobal?
— R: Mucho. Hay que seguir estudiando el regadío, la adaptación de la vid o la diversificación de la producción con la producción de espumosos, por ejemplo. Porque la producción de cava ha beneficiado sobre todo a Requena, pero el vino espumoso ofrece oportunidades a otras zonas. Bodegas como Lupanda o Carlos Cárcel elaboran excelentes espumosos fuera de la DO Cava y están mostrando un camino muy interesante, porque el mercado internacional aprecia los vinos jóvenes, frescos y ligeros.
También habría que investigar el desfase entre el precio de bodega y el de restaurante, un fenómeno que desincentiva el consumo.
Por investigar queda muchísimo porque el campo de estudio es muy amplio: el paisaje cultural del vino, las bodegas subterráneas, las tinajas, las casas de campo, los cambios urbanísticos… En los años 80 participé en el plan de rehabilitación del barrio de la Villa de Requena, donde se descubrieron más de 60 bodegas subterráneas; hoy sabemos que hay muchas más, también en Utiel, San Antonio, San Juan, Calderón o Los Pedrones.
Ese patrimonio sigue sin estudiarse ni valorarse como merece. Y son un patrimonio extraordinario.
Deberíamos hacer también estudios sobre las tinajas, los alfareros y las fechas inscritas: es una arqueología del vino que aún está por escribir.
— P: Alguien que conoce tan bien la comarca, ¿qué lugar o lugares siente tienen para usted un mayor valor sentimental?
— R: Yo soy de Campor Arcís y, por razones sentimentales, ese espacio es el mío. Además, me quedo con dos lugares muy concretos. Uno es el Cerro En Comas, un mirador natural desde el que se domina todo el llano de Requena hasta las sierras de Ranera. El otro es El Renegado, una finca espléndida donde el viñedo conviven entre carrascas y pinos centenarios. Aunque hay otros muchos lugares de gran valor sentimental para mí en la comarca, como la Casa de lo Alto, cerca de Los Cojos, un ejemplo de finca ecológica que integra cultivo y bosque. Y, por supuesto, las bodegas subterráneas de la Villa de Requena, cuya recuperación ayudé a impulsar en 1982, dentro de un proyecto que recibió un premio europeo. Descubrimos entonces un patrimonio oculto de decenas de bodegas comunicadas bajo las casas. Esa riqueza subterránea junto con el paisaje de viñedo que se extiende sobre la meseta cuentan la historia de nuestra cultura vitivinícola mejor que ningún libro.






