Enoturismo: El vino como experiencia

Más que beber, vivir el vino en todas sus dimensiones. Sentirlo. Disfrutarlo. Convertirlo en una experiencia completa, compartida e inolvidable. Esa es la demanda de la sociedad contemporánea y el desafío al que se enfrenta la Tierra Bobal. Un importante reto que esta tierra puede superar con excelentes calificaciones. Porque, si bien es cierto que son muchos y muy valiosos los territorios vitivinícolas del mundo que se ofrecen al nuevo espectador, no es menos cierto que los recursos con los que cuenta el terruño son notables. 

El vino como experiencia 

Miles de hectáreas de vid y un centenar largo de bodegas dan para mucho vino. Por eso son cada vez más las bodegas que abren pequeños establecimientos junto a sus bodegas para ofrecer experiencias catas, visitas guiadas, alojamiento en las que los amantes de los grandes placeres pueden aproximarse al cultivo de la vid y conocer mejor el proceso de elaboración de los vinos. Además de conocer la bodega y catar sus productos, la actividad más notable suele ser participar en alguna jornada de vendimia durante el otoño, cuando las cepas de bobal se encuentran en su esplendor. Sin embargo, cada vez más las familias viajeras eligen otras épocas, sobre todo la primavera y el invierno, para disfrutar de una estancia entre viñas. 

Especial foodies 

Para quienes no se conforman solo con una cata, el territorio ofrece una gastronomía tan rica como contundente que se presenta al viajero de mil formas diferentes. Se puede elegir el formato de la tapa para disfrutar de muchos pequeños bocados y muchos vinos distintos. Hay quien prefiere el almuerzo campestre para saborear las parrillas más sabrosas y mejor regadas. Y para los que solo se conforman con lo más sofisticado, restaurantes de prestigio dispuestos a ofrecer las elaboraciones más novedosas y cuidadas realizadas a partir de los productos de la tierra. 

Patrimonio cultural 

Desde los lagares rupestres que construyeron los íberos para fabricar aquí sus vinos pasando por las bodegas subterráneas y las que a finales del XIX se construyeron en cada pueblo, la elaboración del vino ha dejado un patrimonio monumental y cultural digno de ser conocido y visitado. A él se suman los propios cascos históricos de Utiel y Requena, sus increíbles museos, iglesias y ermitas. Y, por supuesto, el encanto de unos pueblos que brindan al viajero la posibilidad de disfrutar de otro ritmo. 

El valor del paisaje 

La joya de la Tierra Bobal que envuelve a todas las demás y que las resume es su paisaje. Una meseta suavemente inclinada al Mediterráneo y convertida por la mano del hombre y el devenir de la historia en un mar de viñas de colores cambiantes según la estación. Un hermoso mar de viñas que se encuentra bordeado por sierras y bosques que ofrecen al viajero parajes espectaculares con un encanto diferente según la época del año y que tienen en las Hoces del Cabriel el lugar más emblemático. Una parte importante de esos viñedos están incluidos en la Reserva de la Biosfera del Valle del Cabriel. 

Todos estos paisajes el llano cultivado, el borde boscoso invitan al senderismo y a los paseos a caballo a quienes buscan la calma y el sosiego. Y para quienes prefieren sensaciones más fuertes, el turismo activo les ofrece rafting en los rápidos del Río Cabriel o circuitos multiaventuras. 

Un tesoro para una sociedad hedonista

Experiencias memorables. Curiosidad sin límite. Placer. La actual sociedad, regida por un motor fundamentalmente hedonista, tiene poco que ver con las comunidades que vivieron en nuestro territorio compartiendo el vino que en él se elaboraba. Ni la trascendencia de los íberos, ni la religiosidad medieval, ni la subsistencia moderna, ni los intentos de modernización ilustrados pudieron jamás imaginar una forma de vida como la nuestra: conectada con cualquier rincón del planeta y dispuesta a convertir la relación con el vino en una experiencia placentera, ante todo. Para ellos, el vino de Tierra Bobal fue rito y relación con los dioses, alimento esencial, bebida saludable o motor económico. Para nosotros, fuente de placer sin límites que compartimos con el resto del mundo desde este pequeño lugar tranquilo y soleado. 

Todas las formas del placer 

La nueva realidad de nuestros vinos está esencialmente unida al modo de vida contemporáneo. A una sociedad a la que la Tierra Bobal puede proveer de placer de diversos modos: 

  • El placer de los sentidos. Los vinos de nuestro territorio son, hoy por hoy, productos elaborados para proporcionar las mejores experiencias sensoriales. Sus colores y el conjunto de sus sabores, los aromas inmediatos y los que se desvelan en el retrogusto, su tacto en la lengua, su volumen en el paladar… Todo responde a un plan para conseguir que la persona que consume cada copa perciba su contenido como el conjunto más armónico y placentero posible.  
  • El placer de la complejidad creciente. En este siglo XXI, Tierra Bobal ofrece productos que, desde su tipicidad, resultan sencillos de comprender, como muchos de sus rosados. Pero también ofrece una gama amplia de vinos de complejidad creciente a los que los amantes del buen beber se aproximan como a las grandes obras de arte: analizando cada matiz, estudiando cada capa de aromas y sabor y analizando su procedencia y significado. De este modo disfrutan tanto con el pensamiento como con los sentidos. 
  • El placer del producto único. El consumidor contemporáneo de vino de calidad curioso, hedonista y global detesta las copias y los productos demasiado parecidos entre sí. Busca la diversidad y la tipicidad. Por eso triunfan los productos actuales de Tierra Bobal. Porque presentan, embotellados, una cepa ancestral, un paisaje exacto y un terruño propio. Son vinos con una historia única. 

 

Y de este modo, después de 2.600 años, la cepa bobal ha demostrado su resistencia mientras que los vinos que nacen de ella han dejado clara una extraordinaria capacidad para alimentar las aspiraciones de las sucesivas sociedades que han vivido en este entorno. 

Los nuevos grandes tintos… y mucho más

Todo parecía en calma. El siglo XX entraba ya en su recta final y la comarca seguía comercializando mayoritariamente vino a granel. Bajos precios. Baja autoestima. Bajo rendimiento económico. Pero había una corriente aún invisible que estaba tomando forma: personas que creían en la tierra y en sus propias posibilidades. Vitivinicultores que querían aspirar a más, querían aspirar a todo. Lo intentaron y triunfaron. Con cepas internacionales en primer lugar y después con la uva bobal 

El sorprendente triunfo de la bobal 

Los nuevos vinos que sorprendieron al mundo de la enología fueron tintos de bobal criados con mimo. Aquellos vinos con una capa alta y color intenso demostraron poseer una potente estructura y volumen notable, sin dejar de ser vinos alegres. Originales en boca y nariz, presentaban aromas de fruta madura matizada por el cuero, los frutos secos, el regaliz y las especias. Eran vinos que no solo se podían envejecer, sino que, gracias a su riqueza de taninos, podían convertirse en productos de enorme complejidad, alta expresión y vida muy muy larga. 

Hasta los más descreídos de la bobal tuvieron que admitir que habían vivido en el prejuicio hasta ese momento.  

De modo que, a aquellos pioneros visionarios Carlos Cárcel, Felix Martínez, Toni Sarrión les siguieron otros pequeños viticultores y bodegueros. Y las empresas de mayor tamaño. Y las cooperativas. Todos con la mirada vuelta a la bobal, a la propia historia, a la tierra y su tipicidad. 

Todas las expresiones de la bobal y del terruño 

Los últimos veinte años, toda la comunidad vitivinícola de Tierra Bobal se ha dedicado a buscar la expresividad de la cepa autóctona. Después de los grandes tintos se han ido presentado tintos jóvenes monovarietales de hermoso color rojo oscuro con ribetes morados muy vistosos que son frescos y aromáticos. O unos modernísimos rosados de bobal, con una gran intensidad y franqueza de aromas a frutas rojas y un color rosa muy atractivo. Vinos que, cuando están correctamente elaborados, se convierten en éxito seguro. 

La bobal domina el territorio. Aunque la merseguera y sobre todo la tardana, también tradicional en la región, están siendo revalorizadas. Junto a ellas, las cepas internacionales llevan tiempo dando agradables sorpresas en la región.  

Y es que, antes que los enamorados de la bobal hicieran su revolución, ya otras familias esforzadas habían plantado varietales internacionales y estaban realizando sus propias apuestas por una vinificación exquisita. El resultado fueron productos que fueron bien recibidos, pero que (al menos inicialmente) recibieron menos atención de la que merecían. Sin embargo, cuando los nuevos vinos de bobal comenzaron a destacar entre la crítica internacional, acabaron por demostrar que este territorio era mucho más que una promesa de futuro. 

Un mar de viñas…y de propuestas 

Hoy, la Tierra Bobal cuenta con una nueva generación de agricultores y bodegueros que está caminando por las sendas más sofisticadas: el regreso a las tinajas de barro y la búsqueda de nuevos coupages: blancos delicados con o sin madera e incluso de vendimia nocturna; unos espumosos que sorprenden con colores variados y mil matices; y, en una pirueta impensable hace pocos años, hasta unos vinos dulces de podredumbre noble dignos de reyes. Es como si esta tierra despertara de un largo letargo y recuperara todo lo aprendido durante más de 2.500 años de tradición. 

Son unas 40.000 hectáreas de viñedo. La mayoría dedicadas a la cepa estandarte y muchas de ellas con una edad que las hace muy prometedoras. Y, para encarar el futuro, más de un centenar de bodegas dispuestas a mirar muy lejos.

El siglo de la bobal

El actual paisaje de la Tierra Bobal es heredero de aquella extraordinaria expansión del viñedo que se produjo en el último tramo del siglo XIX. Desde entonces, el monocultivo de la vid mantiene su impronta en la región. Su horizonte es un mar de vides bordeado de monte que deja entrever solo algunas tímidas pinceladas de almendros. Poco más. Un territorio de colores cambiantes según las estaciones que se ha transformado muy poco en la última centuria.  

El viñedo sigue, la demanda baja 

Aquel paisaje nació para dar respuesta a una demanda desmedida de vino: Europa se estaba quedando sin vides por la filoxera y nuestra comarca se puso en marcha para ofrecer al continente la cantidad de vino que necesitara. Pero el momento pasó. Primero porque el pie americano injertado permitió a Europa sobreponerse a la crisis; después porque fueron cambiando los gustos. El consumo de vino ha ido descendiendo década tras década.  Y el viñedo sigue ahí. 

En la segunda mitad del siglo XX las viñas de nuestra comarca, sin la rentabilidad que ofrecieron años atrás, fueron paulatinamente olvidadas. Ya no servían como motor de desarrollo. Buena parte de la burguesía propietaria de grandes viñedos se asentó en la capital y desatendió unas plantaciones que, en gran medida, acabaron en manos de medieros con escasa visión de futuro. Los pequeños propietarios, que habían conseguido su porción de tierra con mucho esfuerzo gracias a la plantación a medias (más datos aquí), no tenían más objetivo que mantener sus vides y asegurar su subsistencia. El futuro no parecía muy halagüeño. Hasta que llegaron auténticos visionarios enamorados del vino y de la tierra. 

Creer en el vino y en la tierra 

Cuando el siglo XX llegaba a su fin, algunos pequeños propietarios, hombres y mujeres con muchos viñedos recorridos, comenzaron a hacer apuestas fuertes por el territorio, por sus suelos y su clima continental con influencias mediterráneas. En esta primera oleada, en medio de años muy duros, las modernas explotaciones comenzaron a experimentar con otras cepas. Garnacha, cabernet, chardonnay, macabeo, syrah… Los grandes nombres internacionales comenzaron a escucharse en la Tierra Bobal y, poco después, esos propietarios que mimaban las viñas y se empeñaban en embotellar los aromas de la fruta y el carácter de los suelos, comenzaron a recoger los primeros grandes triunfos. El territorio había vencido. 

Sin embargo, la revolución estaba incompleta, pues el crecimiento de estas nuevas plantaciones se había hecho a costa de la bobal. Y es que la uva que dio origen a aquellos vinos de pasto oscuros y baratos demandados un siglo atrás seguía siendo tratada como entonces. Se asumía que no podía dar más que aquellos graneles solicitados exclusivamente por su intensidad de color y por ser neutros pues se utilizaban para mezclas con vinos de otras zonas vitícolas, algunas de ellas conocidas internacionalmente.  

Hasta que, ya en el filo del siglo XXI, en una segunda oleada de innovación, nuevos vitivinicultores decidieron tratar la bobal con el mismo cuidado que las grandes cepas internacionales. Atendiendo antes a la calidad que a la cantidad en el campo; y, en la bodega, cuidando la expresión, buscando la tipicidad. 

Y la bobal se reivindica 

La sorpresa fue mayúscula en todos los mercados. La misma cepa grande, rústica y vistosa, de racimos grandes y compactos que solía convertirse en graneles mediocres, podía dar lugar a vinos de guarda absolutamente maravillosos y con un carácter singular: tintos de cualidades únicas.  

Un puñado de empresas y vitivinicultores de vocación demostraron al resto que, para triunfar en el mercado internacional, la mejor receta consistía en volver la vista a los orígenes, a la cepa que secularmente ha vivido en nuestra pequeña meseta. Y que el siglo XXI es el siglo de la bobal. Y, además de reivindicar los nombres de Utiel y Requena, comenzaron a ubicarse en el mapa los pequeños pueblos que conforman el territorio: Sinarcas, Venta del Moro, Caudete, etc. Comenzaron también a reconocerse las aldeas de Los Marcos, Derramador, Jaraguas, Las Cuevas, El Rebollar, San Antonio, Los Pedrones… Y hasta algunas fincas como El Terrerazo comenzaron a ubicarse en el mapa. 

Primero fueron aquellos visionarios vanguardistas y luego siguieron por esa misma senda otras empresas de tamaño medio. Incluso las cooperativas, que elaboraban según la demanda de sus clientes principales clientes, de La Rioja y zonas aledañas, han hecho su apuesta por la calidad en los últimos años con extraordinarios resultados. Solo hay que mirar el caso de Coviñas, una cooperativa de segundo grado que bate récords en ventas y reconocimientos. 

La innovación al servicio de la ecología 

Hoy, la viticultura se aferra al pasado convirtiendo su cepa emblemática en estandarte de la comarca. Pero también mira hacia el futuro, estudiando tanto las alteraciones climáticas como los cambios en los mercados. Por eso apuesta por las fórmulas biológicas para combatir las plagas y por prácticas sostenibles capaces de extraer los mejores aromas y sabores a la bobal. Después de 2.500 años de relación, queda mucho aún por descubrir. 

¿Sabes quiénes fueron los primeros aventureros que apostaron por bobal? ¡Descúbrelo!