El siglo de la bobal

El actual paisaje de la Tierra Bobal es heredero de aquella extraordinaria expansión del viñedo que se produjo en el último tramo del siglo XIX. Desde entonces, el monocultivo de la vid mantiene su impronta en la región. Su horizonte es un mar de vides bordeado de monte que deja entrever solo algunas tímidas pinceladas de almendros. Poco más. Un territorio de colores cambiantes según las estaciones que se ha transformado muy poco en la última centuria.  

El viñedo sigue, la demanda baja 

Aquel paisaje nació para dar respuesta a una demanda desmedida de vino: Europa se estaba quedando sin vides por la filoxera y nuestra comarca se puso en marcha para ofrecer al continente la cantidad de vino que necesitara. Pero el momento pasó. Primero porque el pie americano injertado permitió a Europa sobreponerse a la crisis; después porque fueron cambiando los gustos. El consumo de vino ha ido descendiendo década tras década.  Y el viñedo sigue ahí. 

En la segunda mitad del siglo XX las viñas de nuestra comarca, sin la rentabilidad que ofrecieron años atrás, fueron paulatinamente olvidadas. Ya no servían como motor de desarrollo. Buena parte de la burguesía propietaria de grandes viñedos se asentó en la capital y desatendió unas plantaciones que, en gran medida, acabaron en manos de medieros con escasa visión de futuro. Los pequeños propietarios, que habían conseguido su porción de tierra con mucho esfuerzo gracias a la plantación a medias (más datos aquí), no tenían más objetivo que mantener sus vides y asegurar su subsistencia. El futuro no parecía muy halagüeño. Hasta que llegaron auténticos visionarios enamorados del vino y de la tierra. 

Creer en el vino y en la tierra 

Cuando el siglo XX llegaba a su fin, algunos pequeños propietarios, hombres y mujeres con muchos viñedos recorridos, comenzaron a hacer apuestas fuertes por el territorio, por sus suelos y su clima continental con influencias mediterráneas. En esta primera oleada, en medio de años muy duros, las modernas explotaciones comenzaron a experimentar con otras cepas. Garnacha, cabernet, chardonnay, macabeo, syrah… Los grandes nombres internacionales comenzaron a escucharse en la Tierra Bobal y, poco después, esos propietarios que mimaban las viñas y se empeñaban en embotellar los aromas de la fruta y el carácter de los suelos, comenzaron a recoger los primeros grandes triunfos. El territorio había vencido. 

Sin embargo, la revolución estaba incompleta, pues el crecimiento de estas nuevas plantaciones se había hecho a costa de la bobal. Y es que la uva que dio origen a aquellos vinos de pasto oscuros y baratos demandados un siglo atrás seguía siendo tratada como entonces. Se asumía que no podía dar más que aquellos graneles solicitados exclusivamente por su intensidad de color y por ser neutros pues se utilizaban para mezclas con vinos de otras zonas vitícolas, algunas de ellas conocidas internacionalmente.  

Hasta que, ya en el filo del siglo XXI, en una segunda oleada de innovación, nuevos vitivinicultores decidieron tratar la bobal con el mismo cuidado que las grandes cepas internacionales. Atendiendo antes a la calidad que a la cantidad en el campo; y, en la bodega, cuidando la expresión, buscando la tipicidad. 

Y la bobal se reivindica 

La sorpresa fue mayúscula en todos los mercados. La misma cepa grande, rústica y vistosa, de racimos grandes y compactos que solía convertirse en graneles mediocres, podía dar lugar a vinos de guarda absolutamente maravillosos y con un carácter singular: tintos de cualidades únicas.  

Un puñado de empresas y vitivinicultores de vocación demostraron al resto que, para triunfar en el mercado internacional, la mejor receta consistía en volver la vista a los orígenes, a la cepa que secularmente ha vivido en nuestra pequeña meseta. Y que el siglo XXI es el siglo de la bobal. Y, además de reivindicar los nombres de Utiel y Requena, comenzaron a ubicarse en el mapa los pequeños pueblos que conforman el territorio: Sinarcas, Venta del Moro, Caudete, etc. Comenzaron también a reconocerse las aldeas de Los Marcos, Derramador, Jaraguas, Las Cuevas, El Rebollar, San Antonio, Los Pedrones… Y hasta algunas fincas como El Terrerazo comenzaron a ubicarse en el mapa. 

Primero fueron aquellos visionarios vanguardistas y luego siguieron por esa misma senda otras empresas de tamaño medio. Incluso las cooperativas, que elaboraban según la demanda de sus clientes principales clientes, de La Rioja y zonas aledañas, han hecho su apuesta por la calidad en los últimos años con extraordinarios resultados. Solo hay que mirar el caso de Coviñas, una cooperativa de segundo grado que bate récords en ventas y reconocimientos. 

La innovación al servicio de la ecología 

Hoy, la viticultura se aferra al pasado convirtiendo su cepa emblemática en estandarte de la comarca. Pero también mira hacia el futuro, estudiando tanto las alteraciones climáticas como los cambios en los mercados. Por eso apuesta por las fórmulas biológicas para combatir las plagas y por prácticas sostenibles capaces de extraer los mejores aromas y sabores a la bobal. Después de 2.500 años de relación, queda mucho aún por descubrir. 

¿Sabes quiénes fueron los primeros aventureros que apostaron por bobal? ¡Descúbrelo! 

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