Grandes bodegas y villas campestres

Fue una fiebre: la fiebre del vino. La comarca llevaba milenios cultivando vides y elaborando vinos. Y, desde hacía más de un siglo, la comarca había estado construyendo toda una industria vitivinícola moderna. Pero esto iba mucho más allá: Europa entera se estaba quedando sin vino por culpa de la filoxera y la Tierra Bobal podía ofrecerlo. Y en esta transacción, se podían conseguir unas ganancias que jamás llegó a imaginar antes esta meseta seca y soleada, levemente inclinada hacia el Mediterráneo. 

En este clima, toda la burguesía local e incluso parte de las familias pudientes valencianas se apresuraron a volcar sus inversiones en este nuevo sector, aprovechando el final definitivo de la industria sedera y las nuevas desamortizaciones que pusieron a su alcance otros terrenos. 

Las bodegas salen a la superficie 

Para las nuevas e ingentes producciones de vino, las viejas bodegas subterráneas no eran suficientes. Por la capacidad que ofrecían y porque ya no era preciso almacenar en ellas los vinos durante un año, puesto que ahora se vendían tras un proceso rápido de maduración. Y así fue como fueron cambiando su aspecto todos los núcleos de población: añadiendo bodegas situadas en superficie y ubicadas casi siempre en las afueras de cada pueblo. Algunas estaban incorporadas a grandes casas de labor, pero la mayoría eran naves de construcción sencilla. Todas contaban con un gran acceso para los carros y pocas ventanas: suficiente para tener buena ventilación, pero no tan grandes que permitieran al sol calentar su interior. Pocas de estas bodegas se conservan como tales y las que han sobrevivido al paso del tiempo y el crecimiento contemporáneo es porque transformaron su uso convirtiéndose en garaje. 

El caso singular de la bodega redonda 

Aunque la mayoría de las bodegas urbanas (grandes o pequeñas) fueron espacios sencillos arquitectónicamente hablando, hay una extraordinaria excepción que se ubica en Utiel, en el antiguo Barrio de las Bodegas o de La Estación y data de 1891: la bodega redonda. Construida por una familia de bodegueros, protagonizó 66 años de actividad productiva y estuvo en manos de diferentes propietarios: suizos y franceses primero; y luego la Cooperativa Agrícola de Utiel que, tras comprarla en los años 30 del pasado siglo XX, anexó a la bodega una nueva construcción, esta vez rectangular. 

Sin duda, lo más admirable de la Bodega Redonda de Utiel es su peculiar arquitectura que lleva la firma del valenciano Rafael Janini quien dio un claro protagonismo a los materiales  piedra, ladrillo, hierro y madera y a su forma circular. El espacio, que carece de un pilar central que soporte la estructura, tiene un tejado cónico es una de las tres bodegas construidas con este formato en toda España. 

Hoy, tanto este edificio como el adyacente son la sede del Consejo Regulador de la Denominación de Origen Utiel-Requena y la bodega propiamente dicha alberga el Museo de la Vid y El Vino.

 

Símbolos de la edad de oro 

Pero si hay un elemento arquitectónico que señale lo que fue esa Edad de Oro de la Tierra Bobal son las lujosas mansiones que se hicieron construir las familias más acomodadas en el campo, al pie de la viña. Todas datan de estos tiempos de abundancia y muchas de ellas no solo se han conservado, sino que tienen las puertas abiertas para turistas curiosos y viajeros amantes del vino.  

Estas elegantes y lujosas mansiones con bodega tenían un tamaño muy diferente que dependía de la superficie de viñedos asociada y, lógicamente, de la importancia de la inversión que una familia hubiera podido realizar. Algunas pertenecían a la oligarquía local y otras a la burguesía valenciana que había visto en la coyuntura un buen espacio para la especulación, pero en general todas eran utilizadas como casas de veraneo 

Habitualmente, además de la casa del propietario y la bodega, estas casas tenían otras construcciones adosadas. Solía haber una casa para el encargado, una para el mulero (siempre próxima a una cuadra de caballerías) y, por último, espacios para los jornaleros fijos.  

Sus perfiles en medio de la meseta se convirtieron en parte del paisaje de la comarca. De toda la comarca. Así, el Conde de Torrellano levantó su mansión en la Casa de la Cabeza, el Conde de Noroña en Casas Nuevas, los Lamo de Espinosa en Cañada Honda, los Córdova en San Juan, los Pereira en Roma y los Oria de Rueda en El Derramador y en la Casa Nueva de Oria. 

Y el vino cambió la comarca entera

El periodo de esplendor de la vitivinicultura de Tierra Bobal se inició a partir de la segunda mitad del siglo XIX. La demanda de vino en Europa crecía y nuestra comarca se puso en marcha para abastecer la demanda de todo un continente. Fue una Edad de Oro que solo comenzaría a declinar en las primeras décadas del siglo XX, cuando buena parte del comercio francés sustituyó las importaciones de vino español por los que procedían de su colonia en Argelia. Pero su brillo aún duraría años. 

Esta fiebre del vino fue una transformación económica radical que provocó también enormes cambios sociales en la comarca. Porque, si bien es cierto que la Tierra Bobal presentaba un clima y una tierra ideales para el cultivo de la vid (y que se mantuvo libre de filoxera durante muchas décadas) y contaba con una sólida cultura en torno al cultivo de la vid y la elaboración de vinos, nada de esto hubiera sido posible sin una sociedad dispuesta a dar un salto tan grande. 

La apuesta por el vino se hace general 

La apuesta por la vid y el vino se había iniciado en el siglo XVIII (a una escala mucho más reducida) en Utiel y su entorno más próximo. Así que, cuando la demanda internacional creció, toda la comarca conocía los pasos necesarios para atenderla. A ello hemos de sumar varias circunstancias: el final del comercio de la seda, que había estado muy presente en Requena, y nuevas expoliaciones y desamortizaciones, que pusieron más tierras en manos de familias (tanto locales como asentadas en Valencia) dispuestas a obtener buenos rendimientos.  

El resultado histórico fue una burguesía dispuesta a invertir su capital en viñedos y bodegas. E incluso a compartir el esfuerzo con viñadores que se convertirían luego en propietarios a través de contratos de plantación a medias (conoce más sobre el tema aquí). El boom fue asombroso. Tanto que, en la época de máximo esplendor, la comarca llegó a destinar un 60% de su territorio a la plantación de vid.

La población se multiplica, los núcleos urbanos cambian 

Como era de esperar, también la oferta de trabajo en el campo alcanzó picos históricos. Y así la comarca se convirtió en un importante punto de atracción para las familias de braceros que se instalaban en toda la comarca en búsqueda de empleo. Gracias a esos procesos migratorios, toda la comarca experimentaría un gran crecimiento demográfico y urbanístico que, en pocos años, la llevaría a duplicar su población. Utiel, concretamente, duplicó su población en pocos años a finales del XIX. 

Fue entonces cuando algunos caseríos evolucionaron a aldeas y los pequeños núcleos de población se convirtieron en pueblos, además de surgir nuevos barrios en Utiel y Requena. Había que alojar a esa nueva clase trabajadora del campo. Pero también era necesario incorporar nuevas áreas productivas. Por ejemplo, Utiel, que condensaba la mayor parte de la industria vitivinícola, vio crecer su famoso Barrio de las Bodegas o de la Estación, un área industrial que reunía bodegas, alcoholeras, destilerías y almacenes en las cercanías del ferrocarril. Sí, el mismo entorno donde actualmente se ubica la Bodega Redonda, sede del Consejo Regulador de la D.O.P. Utiel-Requena fue en los años finales del XIX un espacio geográfico que atrajo inversiones, locales y extranjeras. Fue un lugar creado por el vino y para el vino que llegó a concentrar, en unas pocas calles, la mayor cantidad de bodegas de toda España.

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Un tinto de color profundo para toda Europa

Hacia fines del XIX y comienzos del siglo XX, Francia vio morir prácticamente la totalidad de su viñedo por culpa del oídio y la filoxera. Mientras el país vecino encontraba solución a este drama, Tierra Bobal daba un salto exponencial gracias a la cultura vitivinícola que había consolidado desde el siglo XVIII. Solo así se puede entender que, en pocas décadas, la comarca pudiera pasar de atender la demanda de vino local y la que generaban las comarcas más próximas, a satisfacer la necesidad de vino de gran parte de Europa 

Para ello fue necesaria una asombrosa expansión en la plantación de viñedos (aquí tienes más detalles) y en la elaboración de vinos. Tanto que, a finales del siglo XIX se alcanzó un pico histórico de exportaciones, con 11 millones de hectolitros anuales vendidos. El 90% de esa cantidad tenía Francia como destino.  

¿Por qué bobal?

Además de la cepa bobal, en la región también se cultivaban con anterioridad las variedades tintas tempranillo, cencibel y garnacha, así como las blancas tardana, macabeo y merseguera. Pero la bobal destacó pronto en el comercio exterior por su personalidad distintiva y sus peculiaridades. Y es que los productos obtenidos a partir de esta cepa cuentan con propiedades organolépticas muy singulares: tienen un color cereza oscuro muy intenso y pueden ser completamente neutros. Eso permitía utilizarlos para mezclas con vinos de otras zonas vitícolas, algunas de ellas de prestigio internacional 

A estas interesantes características, la cepa típica de nuestra comarca añade un aspecto más: que es muy productiva, ofreciendo cada planta muchos de esos racimos grandes y compactos.  

El descubrimiento por parte de la industria internacional de todas estas características hizo que, desde que su expansión se hizo realidad, la abundante exportación de nuestros vinos se destinara a realizar mezclas, combinando los frutos de bobal, oscuros y frescos, con variedades más fácilmente reconocibles.

Vino de pasto 

El vino que se exportaba a nivel internacional era una versión industrializada de los que se elaboraban en la región en siglos anteriores. Los nuevos compradores ya no se conformaban con claretes que habían estado poco tiempo en contacto con el hollejo de la uva, así que los productores aprendieron rápidamente a macerar sus mostos durante la fermentación, dotando así a sus productos de taninos interesantes y de ese color intenso que hoy consideramos característico de la bobal. 

No obstante, no podemos pensar en los bobales de hoy. Puesto que esta producción había de convertirse en vino de pasto y estaba destinada a mezclarse con otros vinos, en su elaboración no se buscaba un vino de buena calidad, sino un producto de buen color y capaz de ofrecer una pronta maduración. Mantener en el producto final los aromas del terruño o de la fruta eran fantasías impensables para aquellos momentos y aquellas circunstancias. 

Toda una comarca al servicio de la exportación 

La cepa tradicional, el espacio geográfico y hasta la historia inmediata. Todo parecía dispuesto para que fuera la Tierra Bobal la encargada de suplir esa escasez de vinos en Europa que provocó la filoxera. Pero lo cierto es que nada de esto hubiera sido posible sin unas infraestructuras que enlazaran la comarca con el resto de mundo.  

En este sentido, el primer hito para la comarca fue la apertura de la carretera de Las Cabrillas, construida entre Siete Aguas y Buñol (hoy Autovía) y que, a partir de 1851, cuando comenzaba la fiebre del vino, conectó la comarca tanto con Valencia como con Castilla. Varias décadas más tarde, en 1885 y con los exportadores demandando más vino a la región, el ferrocarril enlazaba nuestra pequeña meseta con Valencia y su puerto 

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, los cambios relacionados con el aumento de la producción de vino se multiplicaron en la Tierra Bobal. También en su sociedad y su administración. Y uno de los más significativos fue que la comarca, que formaba parte de una provincia extensa y pobre como Cuenca, volvió su mirada hacia Valencia y eligió unir su destino a un territorio más próximo y en cuya capital el puerto prometía mayores beneficios económicos. En 1851, la comarca se integró definitivamente en Valencia.

¿Te imaginas cómo la sociedad apoyó el auge de la vinicultura? 

Un mar de viñas y pequeños propietarios

A fines del siglo XIX, España dejaba atrás tres oleadas de guerras carlistas y un puñado de revueltas populares producidas a raíz del descontento social. El panorama era sombrío: la nación había quedado devastada. En la comarca también se detuvieron las seis epidemias del cólera con una gran número de fallecimientos, especialmente las invasiones de 1854, 1855 y 1885. Sin embargo, los habitantes de Tierra Bobal estaban listos para iniciar una etapa de recuperación que pronto transformaría tanto su paisaje como a su gente: una auténtica Edad de Oro para su vitivinicultura 

La creación de un mar de viñas 

El paisaje rural, de tierras que albergaban cereales, barbechos y una nada desdeñable cantidad de vid, comenzó a cambiar. Y la viña, ese cultivo arbustivo permanente, con ciclos estacionales y coloridos, acabaría por dominarlo todo, convirtiéndose en la insignia de la región.  Era la apuesta de una comarca que vio aumentar sus plantaciones exponencialmente: desde las poco más de 5.000 hectáreas que tenía en 1850 a más de 25.000 en 1910. Los agricultores de la Tierra Bobal habían transformado una meseta suavemente ondulada en un hermoso mar de viñas. Todo era vid. Incluso en los pies de los montes o en los barrancos. Porque la variedad bobal, dominante en la región, ayudaba al fenómeno con su resistencia y versatilidad.  

Pero ¿a qué se debió una expansión tan abrupta del viñedo en la comarca?  

Una plaga letal que puso al territorio a toda marcha 

La historia revela que, en 1863, una especie de vid de uvas silvestres y amargas originaria de América desembarcó en Europa para formar parte de un jardín botánico inglés. Una curiosidad científica. Pero sus transportistas ignoraban que en aquellos ejemplares había mucho más de lo que podía apreciarse a simple vista: un insecto muy pequeño que no atacaba a esa variedad americana pero que resultaba letal para los viñedos europeos porque consumía la savia desde la raíz de las vides secándolas hasta la muerte. Era la filoxera. 

La plaga se expandió desde aquel jardín botánico a las pocas vides británicas. Luego saltó el Canal de La Mancha y, poco a poco, fue atacando a las viñas del continente siguiendo una lenta pero implacable marcha de Norte a Sur. Así, los comercializadores y productores de vino se vieron obligados a buscar vides cada vez más y más lejos. Durante muchas décadas, el clima seco y frío de la comarca y la resistente cepa de bobal fueron la alternativa perfecta para cubrir una fortísima demanda de vino. Y los tintos de la comarca alcanzaron un pico máximo de demanda internacional.   

Sin embargo, era cuestión de tiempo que la filoxera atacara también a los viñedos de la Tierra Bobal. Fue en la primera década del siglo XX y, para sorpresa de todos, la variedad local demostró una mayor resistencia que otras cepas europeas. Esta característica fue determinante ya que permitió ganar un tiempo valioso para actuar sin impactar significativamente en la producción y para poner en marcha el antídoto que había demostrado ser efectivo en otros puntos de explotación vinícola: el reemplazo de la variedad europea por la americana o Vitis rupestri sumado a un injerto de la variedad autóctona. A esta práctica se la denominó portainjertos o pie americano.  

Un cambio súbito… solo en apariencia 

Todo sucedió muy deprisa. Aparentemente. Porque esta transición abrupta, esta transformación tan radical del paisaje, la sociedad y la economía de toda la comarca fue posible gracias a los cambios que ya se habían realizado durante el siglo XVIII. Durante esa centuria (y la primera mitad del XIX), se había trabajado la vid con la vista puesta en la productividad, se había elaborado el vino con intención comercial e incluso se habían puesto en marcha herramientas legales como la plantación a medias (aquí tienes más datos sobre el fenómeno) que permitieron multiplicar la plantación de vides y redistribuir la tierra. La moderna empresa diría que toda la comarca había adquirido el know-how necesario para afrontar con éxito el reto de la internacionalización. 

El paisaje rural cambió. En Requena, entre 1848 y 1863, se plantaron 1.167.000 cepas repartidas por todo su extenso término. Cambió el paisaje urbano y el agro se pobló de caseríos y, a su vez, antiguos caseríos crecieron y evolucionaron como aldeas. La población se estableció en el campo. Y cambiaron los vinos. ¿Quieres saber cómo fue el debut de la bobal en el comercio internacional?