El misterio de las marcas en las ánforas íberas

Hay sellos en forma de aspa enmarcada en un cuadrado o en un círculo, hay otros con forma de flor muy esquemática o de estrella, a veces son simples puntos. Encontramos marcas realizadas con sellos, que se repiten siempre iguales a sí mismas, y hay otras que son incisiones hechas a mano sobre el barro antes de cocer. La variedad es mucha. Pero no sabemos qué significan esos signos con los que están marcadas muchas de las ánforas de cerámica que vamos encontrando en las excavaciones arqueológicas del Territorio Bobal 

El ánfora como envase universal 

Las ánforas, esos recipientes cerámicos altos, con dos asas y boca estrecha, fueron los envases que se utilizaron durante siglos de forma casi universal para transportar y almacenar mercancías diferentes. Vino, aceite, cereales o incluso salsas se trasladaron de un extremo a otro del Mediterráneo de este modo durante muchos siglos. Y era frecuente marcarlas de uno u otro modo.  Sabemos, por ejemplo, que las ánforas que transportaban el aceite andaluz hasta Roma en los siglos I y II d.C. solían llevar sellos que identificaban (casi siempre con tres letras) al productor, e inscripciones en tinta para indicar el peso del producto. A veces tenían también la marca del alfarero.  

Esto sucedía en un entorno como el romano del que conocemos muchos detalles. Pero las marcas hechas seis o siete siglos atrás, en plena época ibérica, en las ánforas que se utilizaban en nuestra región se convierten en un enigma para nosotros. Están igualmente marcadas y sospechamos que son señales que identifican a los grandes bodegueros. Pero no son más que suposiciones.

Centenares de sellos 

La realidad es que, en la comarca de Utiel-Requena, funcionaron diferentes alfares en época ibérica. El que mejor conocemos es el de las Casillas del Cura, en Venta del Moro. Y tanto en su entorno como en los centros productores o en la ciudad de Kelin han ido apareciendo abundantes restos de ánforas selladas. Es cierto que aparecen miles de recipientes sin sellar, pero los que están marcados se cuentan por decenas. ¿Servían esos sellos para destacar un producto de mayor renombre?, ¿se utilizaban para destacar a unos productores del resto? 

 

Las marcas aparecen, casi invariablemente, en la parte superior de las asas lo que ayudaría a hacer una lectura rápida de esos signos mientras las ánforas estaban concentradas en un mismo embalaje. Pero sobre su significado no tenemos certezas. Y es que el mundo de los íberos sigue, para nosotros, lleno de sombras e incógnitas. 

Vino y arqueología: cinco tesoros de la antigüedad

Primero compraban el vino a los mercaderes que comerciaban con los productos venidos de las colonias fenicias del sur de la Península. Luego, aquellos antepasados nuestros, los íberos, comenzaron a cultivar la vid y a elaborar sus propios productosNuestra vitivinicultura es una actividad que no ha cesado desde entonces, desde hace 2.600 años. Y, además de una rica tradición, esta larga historia nos ha dejado vestigios que siguen hablándonos de vino y de vides, de esfuerzo y de fiesta durante la antigüedad. 

1.Los lagares rupestres más antiguos, en Requena 

El testimonio más antiguo de producción de vino en el Tierra Bobal es absolutamente espectacular. Se trata de un centro de producción que se creó para elaborar vino a gran escala, pues incorpora lagares, bodega y almacenes. Se encuentra en Requena, lleva por nombre la Solana de las Pilillas y podemos considerarla un lugar de excepcional importancia en torno a la cultura del vino 

Estos lagares rupestres constituyen un auténtico tesoro para la historia. Y lo mejor es poder saber que no son los únicos que hubo en la zona. Las últimas excavaciones arqueológicas demostraron que en esa misma área hubo más construcciones y más actividad enológica en la antigüedad. Aún falta mucho por excavar para que podamos conocer más detalles, pero todo apunta a que podrían ser ampliaciones de un negocio que funcionó bien durante al menos doscientos años.

2.Una gran fábrica de ánforas en Venta del Moro 

Durante las excavaciones realizadas en Las Pilillas aparecieron muchas piezas de cerámica: eran restos de las ánforas en las que se hacía fermentar el mosto y en las que se transportaba y todas ellas se fabricaban en un alfar que no se encontraba muy lejos de allí: el alfar de las Casillas del Cura, en Venta del Moro. Este establecimiento, cuya época de mayor actividad fue entre los siglos VI y IV antes de nuestra era (coincide por lo tanto con la cronología de Las Pilillas), estaba situado en las proximidades del Río Cabriel. Las piezas cerámicas que elaboraban estos antiguos artesanos tenían, por cierto, formas inspiradas directamente en las ánforas fenicias que trajeron los primeros comerciantes de vino a Tierra Bobal. 

3.Una bodega familiar en Camporrobles 

El asentamiento que hoy llamamos el Molón de Camporrobles ─ubicado en un altozano perfecto para la defensa─ nunca fue más que una población de tamaño medio. A pesar de ello, tampoco debió de faltar en ella el vino. Puede que en algún momento lo compraran, pero también supieron elaborarlo.  

De hecho, en las excavaciones arqueológicas del lugar se ha encontrado una pequeña e interesante bodega familiar. El espacio se presenta dividido en dos alturas: abajo, la prensa para pisar la uva y extraer el mosto de los racimos; arriba, la zona donde fermentar el zumo y almacenar el vino en recipientes cerámicos. Este lagar estuvo en funcionamiento cerca de doscientos años, entre los siglos IV y II antes de nuestra era. Luego dejó de producir por razones que desconocemos.

4.Un rico comerciante en Caudete de las Fuentes 

Y si en esa pequeña población se ubicó una pequeña bodega, ¿qué cabría esperar de la grande y poderosa Kelin? Esta antigua ciudad, ubicada en las proximidades de la actual Caudete de las Fuentes, nació hacia el siglo VII a.C. y vivió una larga época de esplendor hasta que fue destruida durante la Guerra de Sertorio casi siete siglos después. 

Kelin, que llegó a acuñar su propia moneda, estuvo amurallada y se calcula que albergó en sus casas a cerca de 4.000 habitantes. Pero una de ellas nos interesa especialmente: la vivienda que se supone fue de un rico comerciante. En su interior había una bodega que estuvo en uso desde finales del s. III a. C. hasta principios del II a. C. En ella se encontraron abundantes pepitas de uva y hasta 98 recipientes, entre ánforas y tinajas, en los que se podían almacenar más de 7.000 litros de vino. No faltaba nada en una casa que tenía también su propio taller de forja, joyas de plata o cerámicas de importación.  

5.Un altar al dios del vino 

De la época en la que la cultura íbera se funde con la romana nos quedan en la comarca restos de villas. Las villas romanas eran esas fincas dedicadas a la producción agraria que, al mismo tiempo, los ricos propietarios utilizaban como casas de recreo. En su entorno sabemos que se cultivaron vides cuyo fruto se transformaría posteriormente en vino en los lagares asociados a la casa. Pero el testimonio arqueológico más interesante de la época es un altar dedicado a Baco datado en el siglo II de nuestra era. Esta pieza representa a un joven dios que derrama vino sobre su pantera, que lo recibe con las fauces abiertas. Era la forma clásica de representar al dios del vino. 

Vino, especias y miel. La cultura íbera y sus vinos

Si tuviéramos la oportunidad de viajar en el tiempo y probar una copa del vino que hacían los íberos, probablemente no reconoceríamos como tal esa bebida que ellos mezclaban con agua y las más diversas especias. Sin embargo, ese vino era antepasado directo de los nuestros; un producto nacido de cepas iguales a las que tenemos hoy y elaborado, básicamente, con los mismos principios. Lo que sucede es que, en el mundo antiguo, el vino se bebía siempre mezclado con agua y saborizantes; consumirlo de otro modo era un signo inequívoco de barbarie. Y la íbera era una cultura sofisticada. 

Beber como fenicios y griegos 

No sabemos demasiado del pensamiento de los íberos y de parte de sus usos y costumbres porque no podemos interpretar los registros escritos que dejaron: podemos leer su alfabeto, pero su lengua, que no pertenece a la gran familia indoeuropea, nos resulta indescifrable. De hecho, tenemos la muy conocida estela funeraria de Sinarcas, pendiente de interpretación. 

Sin embargo, los restos de su cultura material apuntan a que nuestros antepasados siguieron la pauta de las culturas fenicia y griega en buena medida. También con relación al vino. Al menos en general, pues también hay que señalar que, para los íberos, este producto no estaba presente en la vida cotidiana y su uso solo comenzó a ser habitual en su día a día cuando Roma, que lo consideraba un alimento esencial, conquistó la comarca.  

El vino como lujo  

El vino de nuestro Tierra Bobal era, durante la época íbera, un producto consumido mayoritariamente por las clases altas porque era una bebida cara. Era un lujo que se reservaban para sí las familias aristocráticas y que se vinculaba a los momentos vitales más especiales y a los ritos más importantes: lo servían durante las grandes fiestas, lo ofrecían al difunto durante los banquetes funerarios o lo ofrendaban a sus dioses. Y, por los restos encontrados, sabemos que estas clases privilegiadas podían haber contado con espacios para disfrutar del vino, con vajillas al estilo griego para su servicio y con un protocolo propio para su consumo.  

Una bebida social 

En las excavaciones arqueológicas del Tierra Bobal y en otras zonas íberas próximas, se han descubierto restos relacionados con la producción y consumo de vino: ánforas para almacenamiento y transporte, pebeteros para quemar especias, ralladores de bronce para aderezar con diversos productos y morteros para machacar hierbas y aromatizar el vino. También se han encontrado jarras para facilitar su servicio, vasos y alguna que otra copa más lujosa (alguna, incluso, procedente de Grecia). También encontramos esos grandes recipientes de boca ancha llamados cráteras por los griegos que se usaban para mezclar el vino con el resto de los ingredientes; se trata de productos íberos que fusionan el estilo de Grecia con una decoración más propia del gusto local. 

Toda esta vajilla estaría indicando que, entre los íberos, el vino era una bebida social en torno a la cual se reunían, aunque disfrutaban de ella de forma individualizada, pues cada uno bebía de su propio recipiente. En general, podemos suponer que nuestros antiguos aristócratas consumían el vino en banquetes. Lo mezclaban con especias en un principio, igual que los fenicios y, más tarde, por influjo griego, lo endulzaban con miel. Y eso era tan importante como aguarlo, como se hacía entre los pueblos civilizados del momento: el objetivo no era la embriaguez, sino lograr que la fiesta y la charla se pudieran prolongar.  

Libaciones a los dioses 

¿El resto de la población desconocía el producto? Lo más probable es que no lo consumiera casi nunca, pero que lo comprara y utilizara ocasionalmente para realizar ofrendas en forma de libación a los dioses. En este sentido, son muy significativos los hallazgos de la Cueva del Puntal del Horno Ciego, de Villargordo del Cabriel, donde se encontraron centenares de copas (o caliciformes, como las llaman los arqueólogos) que probablemente estarían destinadas a libaciones y ofrendas a las divinidades asociadas a esos espacios naturales. Hablamos de vasos sin decorar y de una factura similar a la vajilla “de diario” de cualquier casa íbera del momento, muy diferentes a las copas de estilo griego que usaban los ricos en sus reuniones. Son vasos que debieron utilizarse para llevar ofrendas a esas divinidades femeninas que desencadenaban la fertilidad de la tierra y ocupaban esas oquedades naturales. 

¿Qué esperaban de estas libaciones?, ¿qué buscaban con sus ofrendas aquellas personas que nos precedieron en el Tierra Bobal? Desconocemos casi todo de sus deseos, sus mitos y sus dioses, pero sospechamos que el vino les ayudó conectar con la trascendencia. Y, de paso, sentó las bases de una cultura vitivinícola que, 2.600 años después, sigue viva. 

Elaborado en la propiedad: los vinos íberos

Si pudiéramos hablar de los vinos íberos con los mismos parámetros que se utilizan hoy, diríamos que nuestros antepasados elaboraban vinos de pago: productos elaborados con esmero en la misma zona de cultivo. Es cierto que nos separan 2.600 años de aquellos primeros vinos, pero también es verdad que ver los detalles nos hace sentir a nuestros antepasados asombrosamente próximos. 

Los íberos, aquellas personas que nos precedieron en el disfrute de este territorio, primero aprendieron a amar el vino. Solo después comenzaron a elaborarlo. Y en esta elaboración podríamos aventurar que fueron expertos. 

Vinos cuidadosamente elaborados 

Esa maestría es lo que se desprende de ese espacio que hoy denominamos Las Pilillasuna bodega que estuvo en producción hace más 2.600 años y que se encuentra en el término municipal de Requena (a 5 kilómetros de la pedanía de Los Duques). Es un lugar bastante grande que, parece, vivió sucesivas ampliaciones a medida que el negocio prosperaba. De momento, solo está excavada una parte pequeña de lo que debió de ser aquella gran empresa productora. Pero las piedras que han salido a la luz ya han comenzado a hablar. 

Creada con espíritu comercial y utilizada hasta el siglo IV a.C., esta bodega se sitúa en unas laderas al pie de las cuales discurre la rambla de Los Morenos y la fuente del mismo nombre. Hoy es un barranco profundo a causa de la fuerte erosiónpero en época ibérica probablemente permitiría el paso al otro lado. 

En las laderas destacan varias grandes pilas excavadas en la piedraEstas pilas están compuestas por dos cubetas a diferente nivel y comunicadas por dos orificios. Se trata de lagares: en la pila superior se pisaba la uva y el mosto se recogía en la de abajo, donde se hacía decantar el líquido antes de recogerlo en ánforas de barro cocido. En estos recipientes, que eran fabricados a propósito para esta función, se dejaba fermentar el mosto para su transformación en vino.  

La vinificación 

Hay determinadoorificios en las pilas que nos animan a pensar que se utilizaron prensas de madera para extraer el mosto e incluso que se ponían cubiertas para proteger los lagares. Y del mismo modo que cuidaban la extracción del mosto, los íberos también cuidaban el proceso de vinificación. Para ello, llevaban las ánforas con el mosto listo para fermentar hasta un espacio adyacente y especialmente preparado: una bodega rodeada de grandes muros. Esas grandes paredes (una de ellas parece que pudo incorporar un torreón) tenían, muy probablemente, una doble misión: servían como fortificación para evitar posibles robos de un artículo tan preciado como el vino y conseguían mantener el interior a una temperatura uniforme. Así se podía lograr una fermentación más controlada del mosto y, en consecuencia, un producto de mayor calidad. Definitivamente, los íberos amaban el vino. El buen vino.

Dos mil litros de mosto en cada pisada 

Una vez elaborado, el vino de Las Pilillas se almacenaba, también en ánforas, hasta que llegaba el momento de su venta. Porque, a diferencia de otras pequeñas bodegas de la época íbera que se han encontrado en la región y cuyo producto se destinaba a consumo familiar, el vino de este gran centro estaba destinado a ser vendido. Los cálculos de los expertos indican que, los cuatro lagares excavados en la Solana de las Pilillas permitían extraer, en una sola pisada, unos 2.000 litros de mosto. 

Mucho por descubrir aún  

El paso del tiempo no nos ha permitido llegar a conocer los textiles, los espartos o las maderas que, con toda seguridad, completaban una infraestructura tan importante como esta. Además, como hemos indicado antes, las Pilillas es un sitio arqueológico que aún necesita muchas campañas de excavación para llegar a conocerlo bien. Pero solo con lo que podemos ver, ya es fácil imaginar su importancia: los lagares rupestres, los muros de la bodega o el camino por donde salían los carros con su preciada carga. ¡Tenemos incluso las huellas de sus rodadas! 

No sabemos con exactitud hasta dónde pudo llegar la venta de estos vinos porque habría que seguir la pista a muchos restos de alfarería y, actualmente, no tenemos suficientes analíticas de la pasta cerámica que se encuentra en cada excavación. Pero la ubicación bien comunicada de Las Pilillas, en una zona donde hay muchos vados sobre el Río Cabriel, nos anima a pensar que este vino fue degustado en las mejores salas de la comarca y, posiblemente, más allá.  

¿Quieres saber cómo se consumía el vino en la época de los íberos? 

Los primeros viticultores de Tierra Bobal

Primero eligieron lugares resguardados del frío y las heladas, casi siempre laderas orientadas al Sur. Y, más tarde, cuando la planta se fue aclimatando al territorio, comenzaron a llevar sus vides hacia el llano. Así comenzó la historia de la vid en Tierra Bobal hace aproximadamente 2.600 años. Es cierto que los íberos que habitaban aquí nunca ocuparon grandes extensiones con sus viñedos, pero mimaban cada una de sus pequeñas plantaciones. De hecho, es muy posible que eligieran tapiar esas pequeñas parcelas para poder protegerlas: eran demasiado valiosas como para dejar que cualquier animal o un enemigo armado echara a perder sus frutos. 

El viñedo como inversión 

Los íberos fueron quienes plantaron y cultivaron las viñas en esta comarca por primera vez. Comenzaron a hacerlo hacia el siglo VI antes de nuestra era. No sabemos exactamente cómo iniciaron ese trabajo, pero quienes han estudiado los restos arqueológicos en la zona sospechan que, cuando alguien se atrevió a plantar esas primeras vides, fue porque tenía claro que se trataba de un cultivo muy especial: exigente pero altamente rentable. Era una gran inversión. Después de todo, el vino era un producto muy exclusivo que, desde hacía tiempo, consumían las élites de la comarca. 

A nuestros antepasados les gustaba el vino, pero al principio no lo producían: lo compraban a los mercaderes que, por el camino que traza el río Magro, traían ese preciado líquido desde las colonias costeras de los fenicios. Sí, esa misma ruta era la que había traído hasta el territorio las novedades orientales que habían ido transformando a los antiguos habitantes de la comarca: por allí, de la mano del comercio, penetraron saberes nuevos y nuevas costumbres de fenicios y griegos, ritos, dioses y hasta esa escritura sencilla y práctica cuyo significado desconocemos. Y, por supuesto, el vino. 

Una cultura, muchas manifestaciones 

Precisamente, cuando los pobladores indígenas hicieron suyas las nuevas costumbres importadas de oriente, es cuando comenzamos a hablar de los íberos. 

La historia señala que esta fue una de las grandes culturas de la antigüedad; se extendió por la costa mediterránea de la Península Ibérica e incluso traspasó los Pirineos, ocupando desde el mediodía francés hasta Cádiz. Su denominación nos invita a pensar en un fenómeno uniforme, pero lo que llamamos “los íberos” no formaron un estado unitario, como sería después Roma, sino un buen puñado de ciudades independientes, ocasionalmente enfrentadas entre sí, que incluso en algunos casos parece que hablaban idiomas distintos. Pero, eso sí, estaban unidas por un mismo estilo de vida, un mundo simbólico común y una organización social similar.  

Los primeros mil años cultivando viñas 

Esa organización social compleja de la cultura íbera permitió que las viñas estuvieran en manos de las familias más poderosas, pues solo ellas podían invertir todo el esfuerzo que requiere la vid: esperar desde la plantación hasta las primeras cosechas y cuidar a lo largo del ciclo anual una planta tan exigente. Esa aristocracia, posiblemente con la ayuda exterior en un inicio, fue la que comenzó el cultivo de la vid en el Tierra Bobal y fue la que siguió ocupándose de las viñas durante, al menos, los siguientes mil años.  

Y es que la historia fue cambiando, pero los viticultores fueron, invariablemente, las mismas grandes familias de la región. Los viñedos llevaban cultivándose aquí más de cuatro siglos cuando los romanos comenzaron a ocupar la Península Ibérica. Y del mismo modo que las costumbres fenicias y griegas transformaron a los viejos pobladores, la cultura romana se fue integrando en el territorio: su lengua, sus leyes y sus estructuras administrativas; incluso sus escuelas. ¿Y el viñedo? El cultivo de la vid se mantuvo durante la larga dominación romana e incluso fue más mimado aún. Porque, como sucede en todos los tiempos, la aristocracia local imitó las costumbres del nuevo poder, entre quienes el viñador era el mejor agricultor posible.  

¿Adivinas cómo se elaboraban los primeros vinos del Tierra Bobal?